La mirada de los sentidos

Cada visita cultural es diferente. Las visitas guiadas dentro de un museo son experiencias que quizá… sean inolvidables.

Arte (con)sentido. El título ya de por sí es sugerente y echando un vistazo a la información que nos presentan en la página web promete ser una visita distinta a cualquier otra.

Asier Vázquez, educador y persona ciega, va a ser nuestro guía en esta particular visita. Y se preguntarán: ¿cómo es posible que una persona que no ve pueda ser quien nos muestre un museo?

A las personas videntes nos han enseñado a apreciar nuestro entorno desde el sentido de la vista. Quizá sea el que tengamos más desarrollado y el que, obviamente, utilizamos ante el resto de sentidos para visitar un museo. Pero, ¿cuánto de esencial se hace la vista para conocer el arte? ¿Acaso sin ver se puede “ver”? Este enigma me fue resuelto después de la visita.

El Museo Lázaro Galdiano cuenta con magníficas obras. Una de ellas es la considerable escultura de Cristo atado a la columna de Miguelangelo Naccherino. Jara Díaz, historiadora y educadora en el museo, nos puso en contexto sobre ella y de su periplo hasta llegar a manos de Lázaro.

Posteriormente, Asier pasó a tocar la obra. Es curioso, desde la mirada del espectador, cómo sus dedos recorren el cuerpo intentando apreciar la enorme figura. Cuando yo he podido contemplarla ya varias veces y conocerla al detalle, él se sitúa ante ella para empezar a hacerlo. De hecho, según palabras textuales: “Mientras que doy comienzo a la exploración táctil ustedes ya se han hecho una idea de la obra en su totalidad e incluso han disfrutado de los cuadros, miniaturas y otros objetos que se encuentran en la sala”. A mí también me gustaría disfrutarla táctilmente, sobre todo cuando comenta: “Hay parte del abdomen que parece piel de verdad”. Por cuestiones de conservación de la obra no todos los visitantes del museo tenemos la oportunidad de percibir la escultura al tacto.

La visita sigue su curso mientras que los espectadores escuchamos atentamente a Asier sobre la manera en que conoce las obras y crea un relato (verdaderamente se expresa con gran destreza). Y nosotros nos movemos por un museo en el que sólo estamos los asistentes de la visita y los sonidos que se producen, como el crujir del suelo y nuestro pequeño murmullo.

Jara nos tiene preparados algunos materiales, tales como el mármol o la madera para que nos hagamos una idea al tacto de algunas de las obras, incluso de algunos detalles de la construcción de las salas, como sus columnas ornamentadas.

Como conclusión personal, me atrevo a decir que esta visita permite revalorizar la cultura de los sentidos que se van agudizando a lo largo de este encuentro.

En la visita escuchamos el sonido del silencio de las salas diáfanas de un palacete donde hubo vida familiar, íntima, acogedora y toda una gran colección de obras, que ahora siguen disfrutando miles de visitantes.

Hay momentos en los que el público no ve nada, sino más bien escucha. No anda, sino más bien baila. No se queda indiferente, sino que le ahondan todo tipo de sensaciones.

“Un canto a la no palabra”, se esbozó al terminar la visita.

(Texto escrito por Cristina Aparicio, alumna en prácticas)